En el marco del proyecto Cercle, los Martes de Expertos ofrecen espacios de aprendizaje y crecimiento personal con profesionales destacados en diversas áreas. En esta ocasión, presentamos el taller «Control Emocional», dirigido por Francesca Plaza, quien nos guiará en el desarrollo de estrategias para gestionar nuestras emociones de manera efectiva.
Sobre las emociones
Los pensamientos influyen mucho en nuestras emociones y también en nuestra salud en general, tanto física como mental. Por eso, centrarnos en la respiración, en pensamientos y recuerdos positivos y agradables, nos ayuda a estar más relajadas, relajados o relajades, a sentirnos con más alegría y, en general, a sentirnos mejor.
Más importante que lo que nos pasa es cómo interpretamos aquello que nos pasa. Darle un sentido, extraer un aprendizaje útil y positivo, porque todo pasa por algo, todo está conectado. Dependiendo de lo que pensemos, también cambia la manera en que nos sentimos.
Por ejemplo, si creemos que una situación es muy difícil, podemos sentirnos abrumadas, abrumados. Pero si la vemos como un reto que se puede superar, pensando en positivo y confiando en que todo saldrá bien (aunque ningún reto sea sencillo), nos sentiremos con más fuerza.
Las palabras que usamos también tienen mucha influencia, ya que pueden ayudarnos o limitarnos. Por eso, es preferible ver el vaso medio lleno. Es importante usar un lenguaje positivo, mantener la constancia, avanzar paso a paso, ser objetivas, objetivos, o tener una mirada clara, y sostener una actitud positiva.
Se trata de mantener una actitud positiva sin caer en la ilusión ni esperar lograr todo a la primera. Si no conseguimos lo que buscamos, puede surgir la frustración, y con ella emociones como la tristeza, la ansiedad, la depresión, e incluso molestias físicas.
De ahí la importancia de reflexionar, pensar y hablarnos con amabilidad antes de actuar. Tomarse un momento para valorar…
A veces, lo que más nos tensa y desborda son los pensamientos negativos ante una situación concreta, o incluso frente a algo que aún no ha ocurrido y que quizás nunca suceda como lo imaginamos. Por eso, es clave pensar en positivo y con calma sobre las posibles soluciones, sin dejarnos llevar por la preocupación o el estrés por algo que todavía no ha pasado.
Lo más beneficioso es enfocarnos en el presente, en el aquí y el ahora. Aprender del pasado, actuar lo mejor posible en el presente y confiar en que el futuro traerá algo mejor. Nadie puede cambiar lo que ya pasó ni controlar lo que vendrá: solo podemos vivir, concentrarnos y actuar en este momento.
También podemos aprender de la actitud de otras personas, inspirarnos y seguir viendo la botella medio llena. Eso depende de cada quien.
Lo más relevante es la actitud frente a las situaciones que presenta la vida. Mantener un buen ánimo, ya que para avanzar, la actitud es muchas veces más determinante que los conocimientos o las habilidades adquiridas.
Ante los nervios, la ansiedad y el estrés cotidianos, solemos quedarnos atrapadas, atrapados, en el pasado o en lo que podría pasar mañana. Sin embargo, existen técnicas de relajación que nos permiten volver al presente y encontrar mayor calma.
Por ejemplo, se puede practicar la respiración consciente: detenerse cinco minutos y respirar lenta y profundamente, observando cómo entra y sale el aire de los pulmones. Esto ayuda a relajar el cuerpo y la mente, ya que todo está interrelacionado. Sentir la temperatura del aire, esa quietud, esa paz. Imaginar que con cada exhalación se van todos los pensamientos y emociones negativas.
Centrarse en la respiración es una forma de volver al momento presente y soltar, aunque sea por un rato, los pensamientos que generan tensión, alcanzando así un estado de mayor serenidad.
Otra técnica útil para calmar el ruido mental —ese ir y venir de ideas sobre el pasado o el futuro— es volver la atención al aquí y al ahora, que es desde donde realmente podemos elegir y actuar, ya que ni el pasado ni el futuro existen de forma tangible.
No se trata de vivir con preocupación por lo que pueda pasar, sino de ocuparnos si es que llega a suceder. Solo se puede intervenir sobre lo que está ocurriendo en este instante. También es bueno cuestionarse si los pensamientos que tenemos realmente nos ayudan o si más bien son la fuente del malestar. En ese caso, conviene soltarlos y redirigir nuestra atención hacia pensamientos más positivos y creativos.
No hace falta ser tan exigentes con nosotras mismas, nosotros mismos o con quienes somos. Se trata de hacer lo mejor posible en el presente, con madurez y responsabilidad, y confiar en que la vida traerá lo que tenga que traer.
Una práctica útil es la atención plena. Consiste en detenerse a observar cuatro cosas, escuchar tres, tocar dos y oler una. Son pequeños ejercicios que nos ayudan a conectar con el momento presente.
También es esencial usar palabras y pensamientos que nos impulsen, que nos aporten y no que nos resten. Muchas veces, lo que nos decimos o lo que pensamos no es del todo cierto, ni las cosas ocurren como las imaginamos.
Sobre los anclajes
Existen anclajes positivos y también negativos. Se trata de asociaciones entre un estímulo o recuerdo y una emoción determinada. Por ejemplo, escuchar una canción, ver una película o percibir un aroma u objeto puede llevarnos a revivir una experiencia pasada y despertar la emoción asociada, ya sea agradable o no.
También es posible generar anclajes de manera consciente en el presente: imaginar y visualizar cómo queremos ser. Recordar y revivir momentos de paz, alegría o confianza, observando qué ocurría a nuestro alrededor y cómo nos sentíamos en ese instante. Podemos traer esas sensaciones con intensidad, vincularlas a un color, a una melodía, y condensar toda esa vivencia en una palabra: bienestar, fortaleza…
El cerebro no distingue entre lo real y lo imaginado. Por eso, si rememoramos situaciones negativas, el cuerpo libera sustancias como el cortisol, que genera tensión y puede afectar nuestra salud. En cambio, si evocamos recuerdos agradables, se activan neurotransmisores como la dopamina, que nos brindan paz, confianza y felicidad, motivándonos a seguir.
En realidad, el cerebro humano tiene una particularidad: por defecto, recuerda más lo negativo que lo positivo. Está diseñado para la supervivencia, ya que en tiempos antiguos había muchos peligros y era necesario anticiparse. El problema es que hoy no vivimos en una amenaza constante, pero el cerebro continúa operando con ese mecanismo de alerta, generando preocupaciones que nos quitan bienestar.
De lo que se trata es de reeducar la mente, comprender la importancia de vivir y aprender de cada experiencia. Esforzarse en cultivar más pensamientos y momentos positivos para sentirnos mejor y confiar en que todo está bien.
Gracias a los avances de la neurociencia, sabemos que el cerebro es flexible: no solo puede generar nuevas habilidades y conexiones neuronales, sino que también, desde el campo de la medicina, se ha comprobado que una actitud mental positiva puede ayudarnos a afrontar mejor muchas situaciones, incluso algunas enfermedades, a veces sin necesidad de recurrir a tantos fármacos.
Todo lo que pensamos y sentimos se refleja en el cuerpo y en nuestra realidad cotidiana.
Es importante recordar que herramientas como la respiración consciente, la visualización positiva o los anclajes pueden ser útiles en determinados momentos para recuperar el equilibrio emocional, gestionar el estrés o volver a conectarnos con la calma. Pero no se trata de ignorar o suprimir aquellas emociones que no nos resultan cómodas. Emociones como la tristeza, el duelo o el dolor emocional también forman parte de la experiencia humana y tienen una función: nos invitan a detenernos, mirar hacia adentro, crecer y aprender.
No se trata de evitarlas sin más, las emociones son algo natural. Sentirlas, aceptarlas y darles su espacio puede ser una experiencia profundamente transformadora. Buscar el equilibrio entre todas nuestras emociones, sin juzgarlas ni dividirlas en “buenas” o “malas”, es parte del camino hacia un mayor autoconocimiento y una vida más consciente y plena.
Conectar con la alegría también es valioso: podemos hacerlo a través de la respiración, al reconocer nuestros logros, recordar nuestras fortalezas y virtudes, y agradecer esos momentos de plenitud. Todo mejora cuando cultivamos nuestra mejor versión y mantenemos una energía que favorece el bienestar.
La fuerza, la valentía y la confianza están dentro de cada persona. Podemos recurrir a ellas cuando lo necesitemos, sin negar lo que sentimos. Todas las emociones nos acompañan en el camino, y cada una, a su modo, tiene algo que aportar, pero siempre desde lo positivo.